El pasado domingo iniciamos el nuevo año litúrgico y un nuevo tiempo en la
Iglesia, el tiempo de adviento. Adviento es una palabra que viene del latín,
y significa algo o alguien que viene o llega. De modo que
iniciamos un tiempo de espera, porque alguien importante va a venir. Y no es
otro que Nuestro Señor Jesucristo, que vendrá de nuevo a nosotros como un
recién nacido el día de Navidad. Como hizo el pueblo de Israel durante
tantos siglos, que estuvo a la espera del Mesías, nosotros ahora imitamos a
ese pueblo para preparar nuestro espíritu y así esperar la alegría que nos
llegará con su nacimiento. Es la promesa de Dios que se cumple, como lo
anuncia el Profeta Jeremías.
Llega el tiempo de Adviento y la Iglesia se pone en marcha
para acoger la LUZ que llega. No te duermas, es tiempo de despertarse y vigilar
porque está muy cerca, es tiempo de cambiar, de convertirse, de estar alegres
en la esperanza y de disponerse a acoger como María.
Cada domingo recibimos una LUZ para la semana y, como las
agujas del reloj, avanzaremos hacia la Navidad, para encontrarnos con un niño
que cambiará nuestra historia y nuestro tiempo. Hay un antes y un después de
Cristo en la historia, que haya
también en nuestra vida un antes y un
después de Cristo.
Ajustemos nuestra
alma, sincronicemos el reloj de nuestra vida con el pálpito del Dios de la vida. El tiempo de Adviento es un período privilegiado para los cristianos ya que nos invita a recordar el pasado, nos impulsa a vivir el presente y a preparar el futuro.
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