Por dos veces durante el año, la Iglesia conmemora
los dolores de la Santísima Virgen que es el viernes de la Semana de la Pasión y
también hoy, 15 de septiembre.
Una segunda conmemoración de los Dolores de Nuestra Señora surge al
calor de la Orden de los Siervos de María, pero en este caso considerando
globalmente los sufrimientos de la Virgen a lo largo de toda su vida por su
íntima asociación a la Obra de la Redención, y no sólo centrándose en el
Calvario, aunque éste fuera el momento culminante.
Este día se acompaña a María en su
experiencia de un muy profundo dolor, el dolor de una
madre que ve a su amado Hijo incomprendido, acusado, abandonado
por los temerosos apóstoles, flagelado por los soldados romanos, coronado
con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero
astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente
presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado
de pies y manos.
María saca su fortaleza de la oración y de la confianza en que la Voluntad de Dios es lo mejor para nosotros, aunque nosotros no la comprendamos.
Es Ella quien, con su compañía, su fortaleza y su fe, nos da fuerza en los momentos de dolor, en los sufrimientos diarios. Pidámosle la gracia de sufrir unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de nuestra vida a los de Ella y comprender que, en el dolor, somos más parecidos a Cristo y somos capaces de amarlo con mayor intensidad.
La imagen de la Virgen Dolorosa
nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimientos de la
vida. Encontremos en Ella una compañía y una fuerza para
dar sentido a los propios sufrimientos.
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