La historia real que a continuación relatamos, se produce durante el año 1950 en las cercanías del pueblo de Monda, cuando su cura o párroco, que así se le llamaban a los sacerdotes por estos lares, decide, movido por su gran afición a las piedras minerales, internarse en la sierra en busca de tan preciadas piezas.
El retratista del pueblo le indica los lugares más apropiados para recolectar las piedras, para ello lo lleva en su moto hasta puerto Verde, que entonces era donde terminaba el carril y le dice que vendrá a recogerlo por la tarde antes de que anochezca, el párroco que tenía cerca de setenta años se entusiasma ante tanta materia prima y pierde la noción del tiempo, cuando viene a darse cuenta la noche se le ha hechado encima y aun se encuentra en las cercanías del cerro Castillejo; por estos entonces, el retratista piensa que el cura ha vuelto andando al pueblo y se va confiado en tal hecho.
Como casi siempre suele ocurrir, cuando menos se desea, el mal tiempo se alía con las adversidades y nuestro pobre cura, que por cierto se llamaba Don Florencio, se pierde en la niebla y no da con el carril, eso sí, al menos encontró una senda de estas que se hacen para sacar el corcho y durante un buen trecho pensó que llegaría a alguna parte; pero no, el tiempo empeoró y empezó a lloviznar, la senda de pronto desaparece y el párroco se ve envuelto en una maraña boscosa imposible de sortear, está en el cerro Trevejíz, sus fuerzas empiezan a flaquear y ya se ve en la peor de las circunstancias, a esto que oye en la lejanía el murmullo de unos chiquillos jugando, pone a duras penas rumbo hacia este lugar, que sabemos estaba cerca del cortijo de la Sepultura, “vaya tela”, cuando se halla cerca de los niños y ya sin fuerzas, comienza a gritar con débil voz: ¡socorro!, al poco tiempo uno de los niños oye los lamentos del párroco y va contárselo a su padre, éste se persono en el lugar, pero con la noche ya encima no se ve nada; el cura grita ¡soy el párroco de Monda!; el cortijero sorprendido por lo que oía, comienza a insultar con todo tipo de improperios al desgraciado cura; además se acuerda de que hace pocos días se escapó un loco peligroso de Igualeja y que había matado a varias personas, el acongojo de éste llega a tal extremo que decide armar a los niños con porras y les esconde en el cortijo, el párroco mientras tanto y cada vez más débil insistía en sus rogativas; a cada hora que pasaba el cortijero mostraba más preocupación y decidió dar la cara y que pasara lo que Dios quisiera.
Salió al exterior y pidió al presunto párroco que encendiera un fuego para poderle ver; pero éste no atinaba a nada, así que fue el asustado cortijero el que encendió unas aulagas e invitó al cura a dar la cara, por si acaso el garrote lo tuvo preparado, después de un profuso intercambio de palabras el sorprendido cortijero se froto los ojos y ya crédulo le dijo al cura que se echara a dormir junto a la puerta, éste le pidió que lo llevara hasta el carril; pero él se negó aduciendo que se tenía que levantar a las seis de la mañana y que debía descansar; unas horas después el párroco fue rescatado por la guardia civil, quien recriminó al hombre del cortijo su insolidaria actitud con el sexagenario y demacrado hombre de Dios.